Advierte que el desatino/siendo de vidrio el tejado/tomar piedras de la mano/para tirar al vecino (Miguel de Cervantes)
El mundo entero quedó perplejo después de enterarse que el séptimo cónclave de los presidentes del G-20 (Argentina, Australia, Brasil, Canadá, China, Estados Unidos, Francia, Alemania, India, Indonesia, Italia, Japón, México, Rusia, Arabia Saudita, Sudáfrica, Corea del Sur, Turquía, Gran Bretaña, Unión Europea) llegó prácticamente a la única conclusión de que habrá de ponerse de acuerdo para solucionar el problema de la crisis financiera que está azotando a Europa y Estados Unidos y está contagiando lentamente todo el sistema financiero internacional.
Con esto queda la impresión que nadie está en el control de la economía mundial ni sabe definir exactamente los problemas actuales y tomar medidas coordinadas para solucionarlos y poder reactivar el actual sistema financiero global.
En realidad, desde la formación del G-7 en 1975 por un grupo de países industrializados con peso económico, político y militar relevante a escala mundial (Estados Unidos, Alemania Occidental, Canadá, Francia, Reino Unido, Italia y el Japón) ya se sabía que su propósito no era simplemente analizar y definir el rumbo de la economía mundial, sino establecer mecanismos de dominio en el planeta y en especial, crear condiciones para el derrumbe de la URSS y de todo el bloque socialista.
Al lograrlo con la colaboración de Gorbachov, su gobierno y el pueblo completamente desinformado, incorporaron a Rusia en su seno en 1997, dando origen al G-8, para tenerla a mano, facilitar acceso a sus inmensos recursos naturales y así cerrarle el camino a su propio modelo de desarrollo.
En pleno apogeo de la crisis financiera mundial se tomó la decisión de ampliar el G-8 al G-20 y así repartir la responsabilidad para el manejo de la crisis y a la vez aumentar los recursos monetarios de los brazos financieros del grupo: el Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial (BM). Simultáneamente con la incorporación de nuevos países, el núcleo de esta organización, compuesto por Estados Unidos, Alemania, Francia y Reino Unido, intentó solidificar su poder sobre la economía y política de los 12 países llamados “emergentes” que fueron incorporados a su seno.
Actualmente estos 20 países, donde viven dos tercios de la población mundial, generan el 80 por ciento del GDP global y son los que originan tres cuartos del comercio en nuestro globo terrestre, lo que significa que tienen todos los recursos para solucionar la actual crisis. Sin embargo la realidad es diferente. El desempleo, la marginación y el empobrecimiento siguen en aumento. En este momento 200 millones de habitantes de nuestro planeta están desocupados y de ellos 75 millones son menores de 24 años de edad y en total más de mil quinientos millones de seres humanos viven bajo la amenaza diaria de perder su trabajo.
Mientras todo esto está sucediendo los participantes de la VII Cumbre se enfrascaron en una estéril discusión sobre las medidas necesarias para salir del embrollo de la crisis financiera, formándose dos bloques. El primero, compuesto por los Estados Unidos, Canadá, Japón y los “países emergentes” criticaron las medidas de una estricta austeridad presupuestal impuesta en Europa por Alemania, llamando a la necesidad de dar la prioridad a las ideas de los Premios Nobel en Economía Joseph Stiglitz y Paul Krugman que sostienen que las medidas basadas en recortes y sin políticas de crecimiento no funcionan ni funcionarán. Este grupo señaló a Europa como responsable de hacer prolongar la crisis financiera que está amenazando la estabilidad económica mundial.
Lo curioso fue que en esta reunión Barack Obama, que hace poco era el promotor de la austeridad haciendo la política de vudú: “los gobiernos rescatan a los bancos y los bancos rescatan al gobierno”, cambió sorpresivamente su estrategia de austeridad por la del crecimiento económico. Seguramente que en vísperas de las elecciones presidenciales tiene que tratar de convencer a su pueblo que está decidido a dar incentivos no solamente a los bancos sino al sector productivo para superar el actual crecimiento económico anual de 1.7 por ciento y disminuir el desempleo que oficialmente es de 9 por ciento y extra oficialmente del 22 por ciento. Hasta ahora Estados Unidos ha aportado unos 4 millones de millones de dólares al rescate de los bancos, mientras que la riqueza total nacional disminuyó en 6 millones de millones de dólares y el capital de la familia norteamericana se ha visto disminuido en 40 por ciento.
Las acusaciones del primer grupo fueron rebatidas por una fría y estoica canciller alemana Angela Merkel que recalcó que su país tradicionalmente ha aplicado la política de austeridad responsable con la aprobación del gobierno, los sindicatos y la mayoría de la población. A su vez, un emocionante José Manuel Barroso, el actual presidente de la Comisión Europea (CE) dijo que “Europa no vino a este encuentro del G-20 a México para recibir lecciones de democracia o de cómo manejar la economía. La crisis económica se originó en América del Norte y una buena parte de nuestro sistema financiero se vio contaminado por prácticas poco ortodoxas de algunos sectores del mercado financiero”.
Sin embargo, ni las discusiones ni las mutuas acusaciones no aportaron nada nuevo y la agenda de esta cumbre, que originalmente fue orientada a la adopción de medidas concretas para fortalecer la arquitectura financiera mundial más integrada, facilitar un crecimiento económico estable y balanceado, hacer reformas en el Fondo Monetario Internacional, impulsar creación del trabajo, tomar medidas para reducir la pobreza y encausar la economía al “Crecimiento Verde”, prácticamente no fue cumplida porque no se aprobó ninguna resolución concreta. Todo quedó en promesas y en vagas declaraciones como la del Acuerdo Marco de Rendición de Cuentas que “establece los procedimientos que seguiremos para informar sobre el progreso de implementación de nuestros compromisos de política”.
La única excepción en esta cumbre fue la decisión de capitalización del FMI por 456,000 millones de dólares. Eso significa que la capacidad de préstamo de la institución, que actualmente es de 570,000 millones de dólares aumentará a más de un millón de millones (1,026 000 000 000). Los 200,000 millones los aportará la Unión Europea, es decir Grecia en quiebra total y España acercándose a lo mismo, tendrán que pedir préstamo nuevo al FMI para pagarle su cuota adicional. Un absurdo total.
Parece que el mundo se olvidó que hace unos dos años hubo serias discusiones sobre la necesidad de no solamente reformar el FMI sino de abolirlo. Y ahora el FMI se convierte con este aporte voluntario en la organización financiera más poderosa del mundo. Hasta México con 52 millones de pobres (48% de la población) aportará 10,000 millones de dólares, igual como Colombia, 1,500 millones de dólares en vez de utilizar este dinero para crear fuentes de trabajo para 20 millones de sus habitantes (62% de la población). Igual lo están haciendo Brasil con su aporte de 10 mil millones de dólares (60 millones de pobres – 32% de la población) o Sudáfrica entregando 2,000 millones adicionales al FMI con el 50 por ciento de la población viviendo en pobreza (25 millones). En total ya son 37 países que se comprometieron a refinanciar el FMI diciendo como lo explicó el presidente de México Felipe Calderón que es “una inversión segura que ayudará al fortalecimiento del sistema financiero mundial”.
En realidad lo que se están haciendo es distribuir la deuda europea y norteamericana entre los llamados “países emergentes” y los del grupo BRICS a costa de sus propios intereses nacionales. En resumidas cuentas, se está reforzando el actual esquema financiero piramidal de cubrir la deuda con más deuda. ¡Vaya, que sabiduría!